Observen esta fotografía de un mercadillo callejero donde se venden pollos asados, y otros alimentos que no logramos saber muy bien qué son . Curioseen en los rostros de los clientes, en sus ropas, en sus gestos. ¿Dirían ustedes que se trata de personas ricas, de consumidores de productos de lujo? Observen las dimensiones minúsculas del establecimiento. Y los cubos de basura junto al mostrador. Los clientes trayendo sus propios tupper, los focos de la luz arañando los pollos descabezados.

Lo que ven es un restaurante con una estrella Michelin.

Hong Kong Soya Sauce Chicken Rice & Noodle. Chinatown. Fuente: Coconut Media

Están observando una fotografía de un puesto de comida callejera de Singapur. Y sí, se trata de lujo. Al menos eso dicen los tipos de las estrellas Michelín. Y, tengo que decir, que creo que yo estuve ahí. Al menos soy consciente que paseé por ese mercado. Hace unos años me fui a recorrer esa parte del mundo. Y llegué a Singapur. Y creo que pasé por ahí, porque recorrí los puestos callejeros del barrio Chinatown (barrio chino donde se supone que está ubicado esa “democratización del lujo)”. Aunque pare ser sincero no puedo asegurárselo. Les prometo que estuve horas paseando por ahí, sé que comí en uno de esos puestos callejeros. Pero no hubo nada que brillara púrpuramente en medio de ese caos de chiringuitos. Todos estaban llenos, todos parecían iguales, todos estaban alejados a mil años luz de lo que un occidental como yo entendía por lujo. Pero los tipos de Michelin, lo encontraron. Supongo que se pasaron días, meses, sentados de incognito en las mesas que circunvalan ese local.


Fuente: Danielfooddiary

En este chiringuito callejero, llamado Hong Kong Soya Sauce, puedes degustar cuencos con arroz con pollo, y también algo así como especies de sopa con fideos, arroz, y otras cosas que no sabría indicarles de qué se trata, no porque sea algo indescriptible, sino porque tiene nombres raros en chino y mi chino no pasa del Nǐ hǎo.

Soy un tipo mediocre, tuve la oportunidad de comer por dos euros en un establecimiento con estrella Michelín, y lo dejé pasar. Podría haber dado la tabarra a mis amigos y amigas durante meses. Podría haberme hecho mil fotos, colgarlas en mi Facebook, y recopilar miles, millones de likes. Incluso podría haber ligado. Pero, soy un tipo que escribe sobre estrategias de Retail, fidelización de clientes, nuevos formatos disruptivos de tienda, y un asfixiante etcétera. Y sin embargo no soy capaz de reconocer potencialidad en un establecimiento cuando paso a su lado. Soy un fraude que no supo estar a la altura.

El cocinero, o mejor, el chef, se llama chef Chan Hon Meng, y se ha convertido en una celebridad. Podemos verle en esta foto en acción.  La verdad es que el pobre no tiene mucho espacio, rodeado de pollos decapitados, garrafas de supongo salsas y bandejas de plástico.

Fuente: ST

Tuve que haberme dado cuenta de que aquello se trataba de lujo, singularidad, revolución, cuando vi los pollos enrojecidos colgando de ganchos. Pero no lo vi, seguramente pasé a su lado y pensé que se trataba de un chiringuito donde la comida era buena por las largas colas que había, pero nada extraordinario que no viera en cientos de bares de España.

 

Fuente: Danielfooddiary

 

Los tipos de la Guía Michelin hace un año, decidieron que un puesto de comida callejera merecía entrar en el Eliseo culinario. Y claro, todos los periódicos del mundo hablaron de aquel acontecimiento. Y claro, el nombre de la Guía Michelín apareció por todos los sitios. “Juzgamos la cocina, no la dirección donde se encuentra”, argumentaron.

El caso, es que incluso ha habido cocineros que se ha suicidado debido a mantener la excelencia y las estrellas Michelin en sus restaurantes. Así que estamos hablando de algo muy serio. Y por lo visto, hay un ejército de inspectores que recorren los restaurantes de todo el mundo. Comer, viajar, y criticar. Ese es su trabajo. Supongo que estará muy mal pagado, porque de lo contrario, habría legiones de postulantes a cada posición nueva que apareciera. Pero no es tan guay como parece, por lo visto cada inspector visita al año 800 establecimientos y escribe 1.100 informes (les juro que lo he leído en periódico de tirada nacional. O sea que cada día visitan casi tres establecimientos al día…). ¿A que ya no parece tan bonito? Es duro. Es un rollo. …Supongo que cuando nadie los ve, se atrincheran en sus casas y de alguna forma que nunca sabremos piden que les traigan Pizzas, hamburguesas y cosas mundanas. No hay nada como regresar a lo que uno fue.

Y encima se trata de un trabajo solitario. No puedes intimar con las camareras, o camareros, ni con los de la mesa de al lado. Nada. Tiene que ser como si no existieras. Entrar, pedir, comer, pagar, salir. Así día tras día. Tres veces al día. Yo estoy seguro que los de la Guía Michelin tienen programas de apoyo espiritual a sus inspectores. Eso o en el departamento de recursos humanos se decantan por los autistas. Y luego está, el hecho de que deben llevar un espía dentro. De vocación, me refiero. Porque supongo que deben hacer fotografías sin que nadie sospeche de ellos. No sé, usarán bolígrafos fotografiantes, o cosas así.

Leo también que se estima que un inspector tarda entre hora y media y dos horas en hacer un informe de cada establecimiento donde ha estado. Un informe de uno o dos folios. Es decir, si visitan de media en 800 establecimientos al año. Es decir, que dedican al año hasta 1600 horas haciendo informes. O sea, que se tiran más de dos meses (con sus días y sus noches escribiendo informes sobre sus visitas). ¿A qué ya no les gusta tanto?

Los restaurantes con estrellas Michelin, hoy en día podrían ser los máximos exponentes del Retail del lujo. Y yo pude haber estado en uno de ellos. Y por dos euros. Entiendan mi frustración. Se trata de la democratización del lujo. No, como alguno pensará de la banalización del lujo, o de una excentricidad de unos tipos que se creen que el mundo gira en torno a ellos.
Si lo piensan bien, las estrellas Michelin, son pura economía colaborativa: unos tipos que no ganan nada con ello, tienen a bien regalarte, a cambio de cero euros un cartel que puedes poner en la puerta de tu casa con una, dos o tres estrellas. Y desde ese mismo instante, todos nosotros, como consumidores tenderemos a pensar que ahí se come de lujo. Nunca mejor dicho.

Tras leer mucho, supe que hay una especie de comité que se reúne un par de veces al año por país y ahí se acuerda cómo se dan las estrellas. Ah, y un detalle importante: oficialmente, “Michelin nunca comunica las razones por las que se concede o quita una estrella”. Y me parece muy bien, no hay nada tan de lujo como el desdén. Se hace y punto.

 

El tener estrellas Michelin es algo muy importante para el Retail en cada ciudad, ya que hay un turismo de lujo en torno a esto. Por ejemplo en España hay 169 restaurantes con estrellas (y con el Brillante, redondearíamos a 170), muy alejados de los franceses que casi nos cuatriplican (tienen 603 estrellas, 94 de ellas en París). Algunos de ustedes pensarán que eso es como decir que la cocina francesa es casi 4 veces de más calidad que la nuestra, pero no, no es así, es que las cosas salen así. Ni tiene nada que ver que la Guía Michelin sea francesa, y que ya se sabe lo chauvinistas que son los galos. No, es que es así. Recuerden que los de la Guía Michelín jamás argumentan por qué dan o quitan una estrella. Eso es de pobres.
La Guía Michelín es el hacedor mayor del mundo del Retail. Es capaz de elevar a la categoría de mito a la cocina con hidrogeno de un restaurante donde hay 4 ó 5 mesas con vistas a una cala maravillosa (pura exclusividad e hiperpersonalización), a la misma vez que es capaz de democratizar el lujo bendiciendo un cuenco con arroz con pollo. La Guía Michelín pone las reglas en esto del Retail de lujo, y es disruptor: es capaz de ampliar su mente y entronar al restaurante Kitcho, en Kioto ( Japón,) cuyo menú cuesta casi el salario mínimo interprofesional en España (te clavan 600 euros por comensal), o puede aceptar que se puede comer por dos euros y tener una estrella Michelin.

Algunos de ustedes me dirán que esto del chiringuito de Singapur es una patada en sus partes a la cocina molecular. Pero no es eso, es solo que Michelin nunca dice por qué hace las cosas, pero seguro que tienen razones más que fundadas. Algunos de ustedes me dirán que no entienden nada, que Michelín nos ha estado vendiendo durante años que premiaba la vanguardia, la revolución (radical y sin rehenes) de la cocina tradicional. Me dirán que fueron ellos los que nos vendieron durante años, la gloriosa llegada de los procesos químicos en la aburrida y gris cocina de puchero. Me dirán alguno de ustedes, que se han sentido timados, que les dijeron ( y se lo creyeron), que tras esa gelatina o espuma con forma de falo había un cocido madrileño o una tortilla de patata, y que ese plato enorme donde habitaba algo ahí a lo lejos era un solomillo de Kobe. Y me dirán que les convencieron de que eso era pura experiencia de lujo, de singularidad, de hiperpersonalización. Y encima no les cobraron 2 euros. Les entiendo, pero tienen que entender ustedes que los tiempos cambian, y que una cosa no quita la otra…¿O sí?

Y encima,  no hace mucho la CNBC publica un artículo donde dice que el chef del chiringuito de Singapur, ha visto una mina en todo esto y que está pensando en crear en el nuevo KFC asiático: inundar las ciudades asiáticas de chiringuitos michelinizados.

Pero la realidad es que seguramente pasé al lado de una estrella Michelin donde podría haber hecho mi sueño realidad por dos dólares y no me percaté. Es realmente desolador.

autor: Laureano Turienzo. Consultor internacional free lance, speaker.

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