El jueves 23 de junio de 2016, un estado compuesto de cuatro naciones, llamado el Reino Unido, celebró un referéndum para saber si sus ciudadanos querían seguir en otro estado más grande que ellos. Europa. Se trataba de caminar hacia un futuro mejor. Un lugar donde el imperio regresara al imperio que fue. Un mundo con retratos de la reina, balcones inundados con Union Jack , y precios en libras hasta el fin de los tiempos en todos los escaparates desde Dover a Londonderry . Durante la campaña previa al referéndum se apeló mucho al cerebro, al corazón y a los testículos. Este porvenir extraordinario lo votaron el 51.9% de los británicos. El 48,1%, intuyó que aquello de Europa tenía más sentido.

Tras publicarse los resultados, los pubs se llenaron de tipos con las mejillas enrojecidas que brindaban con sus pintas espumosamente colmadas de Guinnes. Las calles se atestaron de banderas y de patriotismo. Y al otro lado del Canal de la Mancha una pandemia de desasosiego inundó los teletipos. Dios salve a la Reina y Good bye Europa. En medio del llanto europeo, Fráncfort y el resto de las grandes urbes alemanas se relamían, mientras esa misma noche preparaban sus power point para postularse a las grandes empresa como sustitutos de la City. Vénganse, aquí tenemos una seguridad jurídica clara.
David Cameron madruga y a las 8 de la mañana camina hacia un atril ubicado en la puerta de la casa del masdamás británico en Downing Street. Le acompaña su esposa Samantha. Dice “Ya no soy el capitán que necesita este país” y añade “ Me aseguraré de que la economía británica está fuerte”. Cameron ya es historia.

La nueva primera ministra británica es una política de perfil bajo llamada Theresa May que apenas había dado la cara durante el referéndum. El lobby político había decidido inmolarse. Aquel era un marrón demasiado grande. Teresa, enhorabuena, ahora empieza el mambo.

Los días siguientes al resultado, se detuvo un poco el mundo. Los tipos que sabían de esto, sucede que se equivocaron y ocurrió un resultado que no esperaban. La realidad es que casi nadie creía que aquellos tipos de los extrarradios de Londres y de las apakistanadas ciudades de Gales  iban a derrotar a los votantes cosmopolitas de Londres y Manchester. Y las cosas se cumplieron: 7 de cada 10 votantes de Londres votaron quedarse en lo global, pero en Cardiff, el 60% de los votantes (muchos de ellos de raíces portuguesas, polacas o eslovenas) votaron por lo local. El futuro con Europa ganó en casi todas las grandes ciudades del Reino Unido, menos por ejemplo en la obrera Birmingham. Gran parte de los obreros con pasaporte británico han votado por poner muros a los obreros venidos del sur. En las zonas rurales arrasó la opción de un futuro glorioso y endogámico. Los campos del Reino Unido se llenan de tractores llenos de banderas británicas. Los granjeros aman todo lo que huele a británico y odian a esa madrastra llamada Europa. El Reino Unido es un edén donde no caben todos. Políticos salidos de dibujos animados como Nigel Farage y Boris Johnson se convirtieron, del día a la mañana, en héroes Kiplingnianos. Se oyen las carcajadas de Carlos Marx, enterrado en el cementerio de Highgate, Londres.
Ha ganado la opción del futuro mejor.

En los días siguientes hubo un éxodo popular al buscador de Google. Centenas de miles de británicos, buscaron en Google, qué era realmente eso del Brexit , y qué consecuencias tenía. Se preguntaban “¿Cómo obtener un pasaporte irlandés?”, ” o “¿cómo mudarme a Gibraltar?” o “¿por qué ha abandonado Reino Unido la UE?” . Hubo millones de búsquedas. Quizá aquello tuviera sentido visto desde la piel para dentro, pero no tanto si se acudía a la razón, entonces, surgían muchas preguntas.

Farage y Johnson abrían botellas de champán europeo en sus celebraciones, y en las siguientes semanas más de tres millones de personas firmaron una petición en la web del Parlamento Británico para que se repitiera el referéndum. Alegaban que no se le había explicado bien a la población las consecuencias reales de un futuro glorioso. Hay muchos políticos pro-brexit que reconocen que aquello quizá se les ha ido de la mano, que han ido muy rápido.

Las empresas ubicadas en la City amagaron con cambiar urgentemente su sede social si tocaban una sola coma de sus condiciones actuales. De un día para otro, sucedía que ya no eran Europa, y ni siquiera les habían explicado el estatus jurídico y legal en el cual quedaba del Reino Unido y cómo afectaría a sus negocios. Una chapuza.

JPMorgan saca, unos meses después, un informe donde aconseja a las empresas ubicadas en el Reino Unido que se vayan a algunas ciudades como Fráncfort, Luxemburgo, París, Dublín y Madrid. Se estimaba que en unos 30.000 profesionales de alta cualificación abandonarán la capital del futuro glorioso para ir a la hermética y caduca Europa. Corren en esos días rumores alarmantes que, entre otros sectores, la mayoría de los grandes bancos desplazarán sus sedes a Europa.

Hace un mes se publicó una encuesta. A 100 altos ejecutivos de los principales retailers en el Reino Unido se le preguntó sobre el futuro glorioso que les había traído el Brexit. Un 32% dijo que esperaba consecuencias muy negativas, el resto, en gran parte, no sabe no contesta. Alguno dijo que muchas veces lo importante de hacer las cosas es hacerlas bien, no rápido.
Hoy, las empresas se preguntan si va a haber aranceles o controles de aduanas, se preguntan sobre la clase de impuestos y regulaciones que van a tener, se preguntan cuánto es realmente la deuda que tienen con Europa y cómo la van a pagar, se preguntan cómo van a subvencionar ahora a los granjeros; se preguntan qué va a ser de sus jubilados que viven en las playas de Alicante o en las islas griegas, se preguntan qué hacen ahora con los camareros portugueses y eslovacos que les sirven pintas. Pero no todo son dudas, en los periódicos salen noticias de empresas que organizarán tour fotográficos a la frontera con Irlanda. Desde ahí se contempla perfectamente a Europa.

Hoy, los periódicos entrevistan a los directivos de las grandes compañías del retail británico y muchos de estos confiesan que están muy preocupados por cómo les va a afectar realmente esto del Brexit: Europa es su gran cliente. Hablan de cadenas de abastecimiento y suministro, de aranceles, de impuestos. Hablan de sus consumidores europeos, y de si van a poder seguir siendo competitivos en precios si se incrementan los costes con el Brexit. Hablan del más que seguro incremento de los costes de los bienes importados desde el viejo continente. Muchos dicen que quizá la solución sea las ventas digitales, más allá de sus fronteras, con almacenes en su ex-madrastra Europa. En el Reino Unido ya casi el 18% de total de las ventas que se realizan en el Retail se hacen online. Pocos hablan de invertir en tiendas físicas en su amado Reino Unido. Los directivos del Retail británico se quejan de que no saben cómo van a retener el talento tras la implantación real del Brexit. Y no solo el talento, se preguntan si ahora los ninis de los extrarradios de Liverpool o de Bristol van a querer los puestos poco cualificados en su cadena de suministro, centros de distribuciones o almacenes. Temen una inflación de los salarios. Los directivos del Retail británico se preguntan un año después de la gloriosa noche si tienen que renegociar sus contratos con sus proveedores europeos. Según un estudio reciente de Barclays, solo el 15% de los directivos británicos creen que el Brexit al final reducirá sus costes estructurales, el 85% restantes son unos cenizos pesimistas.

Los directivos del Retail británico, hoy se preguntan cómo serán las reglas y regulaciones para los distribuidores. Alguno de ellos dice en los periódicos que votaron que sí al Goodbye Europa y ahora reconocen que fue un error, que todo ha sido demasiado rápido y poco meditado. Los políticos no les explicaron las consecuencias reales de su voto. Están inquietos. En un estudio de Hitachi Capital Invoice Finance nos dice que el 27% de las empresas del Reino Unido están en “modo de supervivencia” y no van a invertir durante los próximos 12 meses. Y el 57% de dijo que no había buscado financiación externa en el último año y el 59% predijo que Brexit afectaría su capacidad de obtener acceso a financiación  en el futuro. Los directivos del Retail británico confiesan, un año después de la noche que inundó de banderas Union Jack las calles y los tractores del telúrico Reino Unido, que son reacios a considerar la expansión en nuevos mercados, o la diversificación de líneas de productos, prefiriendo retrasar el proceso de toma de decisiones.

Hoy, Nigel Farage hace campaña a favor de la ultraderecha alemana,  grita desde la Cámara Europea, dice que el triunfo del Brexit se ha alcanzado sin disparar una sola bala, y compra en los mercadillos productos británicos.

 

 

Autor: Laureano Turienzo
email: l.turienzo@retail-institute.org

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    • 27-28 DELIVER # 2 Berlín.Evento más relevante de Europa sobre e-logística. Invitado como principal experto retail